La luz de los focos, el olor a puro y la estridente música de la megafonía aturdían mis sentidos. Atrincherado tras una portería escudriñaba el estadio con la mirada, incapaz de fijar mi atención en ningún punto. Ajeno todavía a los automatismos del aficionado habitual, todo me resultaba nuevo aquel 9 de enero de 1991. Del Orihuela Deportiva – RCD Espanyol que supuso mi bautismo futbolístico no recuerdo una sola jugada, pero permanece imborrable en mi memoria la irracional sensación de formar parte de la Historia.
Aquellos 45 minutos (mi padre consideró que era demasiado tarde para aguardar al pitido final) marcaron para siempre mi forma de observar el fútbol; desde entonces, 90 minutos me resultan excesivos, lo que pasa alrededor del terreno de juego llama tanto o más mi atención que lo que pasa sobre él, el césped mojado me huele a felicidad y siento que juego en casa sentado en gradas de cemento y hormigón.
Sin saberlo, asistí al final de una época en la que el aficionado todavía podía sentirse parte del devenir de su Club. El ocaso de un tiempo que como cuenta Enric González se inició con grupos de socios delegando en jugadores su representación en el campo. Hoy (casi) nada de aquello sigue en pie: mastodónticas multinacionales compiten con boutiques locales por atraer miradas globales; productos diseñados para ser consumidos a través de un cristal que marca la frontera hasta la que les está permitido acercarse a los antaño dueños, hoy consumidores.
Y entre unos y otros, entre poderosas multinacionales y exclusivas boutiques, una indefinida masa menguante de indiferencia. Entidades incapaces de dibujar su propio camino o de mantener la velocidad de aquellos que marcan los nuevos estándares a seguir; se extinguen irremediablemente, encomendados a algún mecenas salvador.
24 años después vuelvo a otear el horizonte futbolístico con la mirada de aquel niño que un día fui y me cuesta encontrar algo que me haga sentir parte de la Historia. Algo que vaya más allá de ese contrato de 7000 millones que baña a los equipos de la Premier o de ese juego de sombras que practican los organismos oficiales del fútbol. Ese ‘algo’ que según algunos como Alejandro González Iñárritu pesa alrededor de 21 gramos.
Punk Football
Hay que alejarse de la milla de oro del balompié mundial para encontrar diminutos Ooparts que encaran el futuro volviendo la mirada al origen. Los nadie del fútbol, exponentes del Punk football que describe Jim Keoghan, que entre carreteras comarcales y campos de tierra siguen siendo felizmente invisibles. Y los envidio, envidio a esos aficionados del FC United of Manchester o del CAP Ciudad de Murcia que hoy son protagonistas de su propia Historia. Integrantes de la romántica resistencia de quienes se mantienen indiferentes a la indiferencia.
Miro el presente a través de los ojos del pasado y comprendo que todo lo que podamos llegar a ser se reduce a lo que un día fuimos. Por eso hoy, atrincherado tras la portería del fondo de Cornellà no puedo ni quiero dejar de soñar con ese día en el que seré yo quien haga sentir parte de la Historia a una niña.
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