Con la libreta cargada

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PeriodismoCrucé el umbral de la puerta excitado por la emoción de la primera vez y en la penumbra vi aquella figura voluminosa, tosca, de mirada sucia y voz desagradable. Me detuve a escucharlo a unos metros de distancia, hablaba sin reparos de dar y quitar ante un corrillo de compadres. Lo hacía subido a la soberbia de quién se sabía por encima del bien y del mal, dueño (del destino) de todo(s) lo(s) que le rodeaba(n).

Han pasado casi 12 años y sigo teniendo grabado a fuego ese fresco en el Ayuntamiento de mi pueblo. La inocente temeridad del momento me llevó a creer que la cámara, el micrófono y la libreta serían armas más que suficientes para dar la batalla a aquel cacique y a todos los que como él, se creyeran con derecho de pernada. Lo creí de verdad, tal como un día le dijo José Monerri a su entonces discípulo Pérez-Reverte; luego empecé a contrastar los hechos.

Los medios locales son la mejor facultad de comunicación. En ellos aprendí y desaprendí casi todo lo que me ha ayudado a navegar después en la vida (profesional). A lo largo de aquellas primeras prácticas de verano fui descubriendo por ejemplo que mis armas no eran en realidad más que tirachinas y que para sobrevivir debía saber perder y rendir batallas. Comprobé que los buenos no son tan buenos y que los malos ganan casi siempre a fuerza de entrenar.

Y es que de eso va casi todo en la vida, también el periodismo y la comunicación: entrenamiento y superación. A los que no hemos nacido con el bastón de mando en la mano ni creemos en su carácter hereditario, no nos queda otro camino que la lucha: fajar y golpear, ingeniárnoslas cada día para ir un centímetro más allá, disfrutar cuando va bien, apretar los dientes cuando va mal, sentirnos libres dentro de nuestra particular encrucijada y pelear, siempre. Como decía uno de los maestros de Enric González, Josep María Huertas, hacer de “cada mesa, un Vietnam” (digan mesa, digan casa, digan ser).

Atravesamos un cambio de paradigma y modelo que se llevará por delante gran parte de lo que y de los que conocemos; los que a buen seguro permanecerán, porque siguen siendo imprescindibles, son los buenos relatores de historias, auditores de los hechos que ponen el foco sobre las convenientes (para algunos) zonas de penumbra. Periodistas o como mañana se llamen, convencidos de jugársela por darle voz a los que no la tienen; kamicazes que en su barrio, en su pueblo o en el 11 de Wall Street, estén dispuestos a publicar lo que no quieran que sea publicado asumiendo que muchas veces se pierde.

Aquel Señor de los andamios municipales que marcó mi bautismo profesional y me trazó la línea frente a la que cavar mi trinchera, sigue hoy caminando henchido en multitudes y adobado entre laureles; como les decía, los malos ganan casi siempre. Y digo casi, porque a pesar de todo, estoy seguro de que siempre quedará en la trinchera alguien dispuesto a asomarse con la libreta cargada en el momento adecuado. Y eso es el periodismo.

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1 comentario en “Con la libreta cargada

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