Debe tener unos 45 años, tal vez 50. Aspecto pulcro y aseado, poco maquillaje, escasa ornamentación y media melena rubia en la que se entremezclan las canas. Su calculada forma de sentarse y sus delicados movimientos desprenden un toque a medio camino entre lo recatado y lo coqueto. Tal vez por esto último, elige diademas a juego con el color de su ropa, siempre tan sencilla como elegante.
De sus ojos no puedo deciros nada, sólo que en los días de lectura usa gafas de cristal redondo que deja resbalar por su nariz hasta tener un buen ángulo de visión sobre el libro que sostiene entre sus piernas. Todavía no he podido descifrar el título de la portada aunque sí distingo el torso de un jersey rosa que ya asoma después de varias semanas de metódico ganchillo. Junto a su banco de una calle peatonal del Eixample barcelonés, un carrito de la compra repleto de ropa perfectamente doblada, una radio, algunos libros y una manta marrón que corona sus pertenencias.
Cada vez que paso frente a ella, absorto en mis miserias y alegrías del día a día, siento un nudo en el estómago. Me paralizo. Me impone un gran respeto esa dignidad impoluta que resiste el paso del tiempo y la intemperie. No hay en su mirada un atisbo de autocompasión o queja, ni un gesto de desesperación o abandono.
No sé su historia, aunque no me cuesta mucho imaginarla. Como todos, cargará con su conciencia, sus recuerdos y sus anhelos, pero su estampa es la de alguien que no se deja aplastar por la realidad, por más adversa que esta sea. Mira de frente a la vida porque ya no le debe nada, posiblemente liberada del miedo a perderlo todo que un día la atenazó y que hoy es sólo una pesadilla recurrente de la que despierta en compañía de las estrellas.
Escribió Machado: “si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”. Y esta señora sigue leyendo y sigue tejiendo, sigue soñando y sigue viviendo. En ella encuentro la dignidad y la entereza perdidas en este país que se desmorona por la desvergüenza de unos pocos, la complicidad de unos muchos y la indiferencia de todos los demás.
Hace ya unos días que no la veo por donde solía. Tal vez se ha marchado con su dignidad a otra parte, sólo espero que allí sí sea un valor en alza.
Desde Orihuela alguien quien te admira y respeta.
Un artículo muy bueno, en el primer párrafo superas de largo todo lo que escribí en esta vida. Con el texto completo, pones de rodillas la mismo Vargas Llosa.
Your Dad
El amor os hace perder la objetividad! Pero en el comentario de un padre, de la familia, no se requiere, de hecho es deseable dejarla de lado de vez en cuando, que para la cruda objetividad ya está la calle. Me imprimiré y enmarcaré el comentario, mi pequeño gran premio Pulitzer.
Commovedor testimonio de una cruda realidad. Salud, trabajo y pocas deudas para cuando debamos jubilarnos…….
Yo también soy un poco romántico y sigo creyendo que podemos hacer que esa realidad sea menos cruda. Pequeños gestos pueden conseguir grandes cosas.
Gracias por tu aportación Ignasi.
Felicidades Sergio, un hallazgo tu escritura. Me ha conmovido tu relato, por haber sentido y pensado lo mismo ante una imagen parecida. Gracias por ponerle palabras
Gracias por tu comentario Maite, me alegra saber que hay más miradas en la misma dirección